Ángel de todos los días
de todas
y cada una
de mis tristezas
y alegrías.
Ángel que conversas
conmigo
amantísimo aliento
voz eterna
infinita.
Ángel de los signos
primeros
y finales
revelas ecos insondables
del misterio y la luz.
Ángel que me orientas
e iluminas
me proteges
mientras cargo
yo mi cruz.
"Perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34)
Perdóname Jesús
Jesús que mueres por mí.
Me pierdo demasiado
atiendo los demonios
errantes
al acecho
confundo los caminos
de los justos
con migajas
de mi error.
Perdóname Jesús
yo sé
que hago mal
trueco
el bálsamo
que das
por el dolor
en mí
que duele
en vos.
Sin embargo,
una vez
más
abuso
de tu amor
te ruego
no me niegues
la compañía
de tu abrazo
después de la caída.
Tu mano tendida
es milagro
que aquieta
mi agitado respiro
la herida de mi culpa
elevándome
desde el mar de dudas
hasta tus cumbres
generosas
de perdón.
"Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23, 43)
Subo las gradas
persiguiendo
tu vuelo
atreviéndome
a volar
cancelo el horizonte
detengo los pies
a tres pasos
de tu manto
muy cerca de tu nombre.
Son las alas
de tu ángel
las que abrigan
mi pecho
crezco desde ti
entre nubes
que me cuentan
de tus ojos
escrutando
el universo.
Tal vez
tu armonioso
paraíso
sea el único
motivo
verdadero
que impulsa
mis sienes
fuera
de la tierra.
La razón
dulcísima razón
que envuelve mi poesía
de esperanza
y melancolía
por la distancia
que se mece
todavía
entre tu cielo
y mi lluvia.
"Mujer, aquí tienes a tu hijo Juan; hijo, aquí tienes a tu madre, María" (Juan 19, 26-27)
¡Qué belleza de muerte!
la que abre sus ventanas
a la vida,
la que reúne a la madre
con su hijo
la muerte que de muerte
sólo contiene el instante
sobre un fondo eterno
de vida,
danzarina.
Antes de nacer
amé
en mis padres
la vida;
ahora
que aún
no he muerto
la muerte humana, pasajera
¿cómo renegar de la vida
que me espera?
Vida
verde y agua
que se amiga
con la muerte
por toda
la hermosa
vida
que en brazos
de la muerte
viene.
"Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mc 16, 34), (Mt 27, 46)
Hubo un tiempo
hace poco tiempo
en que huí
de tu regazo
por pura urgencia de ti
no me bastó tu paciencia
quise darte lecciones
no me alcanzó tu presencia
quise acercarme
más a ti.
Nunca
me abandonaste
ni siquiera cuando ofendí
tu mirada con mi ceguera
cuando escribí
sobre tu frente
que eras apenas
un hombre
un hombre bueno
abandonado por Dios.
"Tengo sed" (Juan 19, 28)
Tengo sed, dijiste,
y sólo te ofrecí
mi llanto.
Cuando tuve sed
del tuyo,
supe de tus lágrimas
que nunca se derraman
se conservan puras
en tu fuente
de agua fresca.
Manantial que no me atrevo
ni a tocar
cuando veo que en sus aguas
mi rostro se embellece
cuando miro en el espejo
de tu cara
cómo adquiere
sólo ínfimo
pálido destello
del divino resplandor.
"Todo se ha cumplido" (Juan 19, 30)
Cristo
que mueres
por mí
que conversas conmigo
me conoces tanto
sabes
que falta trecho
todavía
que enciende
entre rosas
y espinas
la vida
terrena,
paces
y guerras
que alejan
aún
de ti.
Pese a lo cerca
que estamos
desde aquel día
inesperado
feliz
cuando tu ángel
estrechó mi mano
camino
de la catedral
de las torres inconclusas
y delante de ti
crucificado
me susurró
al oído: "Habla tú con Dios".
Fue después de escucharme
que advertiste
amoroso
enérgico
vibrante:
"Hazlo, pero hazlo ya".
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46)
Hincado ante la Cruz
de tu Pasión
penetro
desde la primera
en todas tus palabras
inclinada mi voluntad
hacia la tuya
bendecido
por el espléndido
presente de tu fe
que multiplica
en mí
los panes y los peces
de mi esperanza
avivando el fuego
del amor por ti,
hoguera que abrasa
sin consumir
extasiado para siempre
por tu llama
en tu Padre
omnipotente
y sabio
con tu silenciosa Madre
y tu ángel
mensajero
compañero
de mi calles
solitarias.
Amor que estalla
desde tu amor
y se besa
con todas
tus creaturas
también con ésta
la que hoy te escribe
desde el retiro
espiritual
de Pascua y Jubileo
donde acudiste
puntual
y solidario
a la cita prometida
con tu pueblo
encuentro de tu verbo
salvador
resucitado
con tu comunidad
de carne, hueso y espíritu
que atesora
defiende
y proclama
tu palabra.
Hermandad humana
que palpita y ama
cuando tú la habitas
la que sólo goza
y canta
cuando vive en ti.
(Juan Rubbini)